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¿Derecho a la intimidad de los famosos?

Decía el filósofo Xavier Zubiri que nuestro tiempo era la época de la “crisis de la intimidad”, aludiendo, con ello, la extraversión radical de la antigua reserva de los espacios, tanto individuales como colectivos, de lo íntimo. Una forma de alienación que amenazaba con una despersonalización generalizada y una pérdida de calidad de la autenticidad de la autonomía individual. Seguramente, nuestro gran pensador no podía calcular hasta qué grado esta afirmación suya tenía más de pronóstico que de diagnóstico, ante la ofensiva brutal que se ha producido contra la intimidad, muchos años después. A través de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información y de la creación de un formidable y desmesurado mercado de la imagen y la intimidad, en los medios de comunicación, la intimidad se ha convertido en una de las mercancías más rentables. Esto ha conllevado una muy seria lesión de este derecho y una paulatina banalización de, no ya del derecho, sino de la misma intimidad, en cuanto esfera autónoma de la existencia de los ciudadanos.

Todas las formas de totalitarismo han hecho, de la destrucción y el control de la intimidad, uno de los objetivos preferenciales de su acción política. Los totalitarismos religiosos o políticos han querido, siempre, ciudadanos transparentes al poder y opacos para sí mismos. No hay ciudadanía sin la tajante separación entre la esfera pública y la esfera de la autonomía, la intimidad privada. No es casual que, en nuestros días, esta amenaza venga de la mano de los dos vectores del nuevo totalitarismo: la tecnocracia y la mercadocracia . La tecnología (ya sea de la información o la biogenética) o el mercado no admiten tener límites, y el umbral último que han superado es el del individuo y su intimidad moral y física. No hay ciudadanía ni democracia, sin el respeto escrupuloso y severo al ejercicio de este derecho.

A través de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, es posible controlar y conocer datos y situaciones que violan claramente el derecho a la intimidad. Las posibilidades que brinda la nueva medicina genética amplían el conocimiento de aspectos de la intimidad biológica del individuo, que pueden ser fuente de formas de discriminación y de estigmatización social.

Por otro lado, ha proliferado un nuevo mercado mediático, cuya mercancía es la intimidad de numerosas personas (pertenezcan o no a colectivos profesionales cercanos al mundo del espectáculo). Esta mercantilización de la intimidad se realiza, en muchas ocasiones, sin o contra la voluntad de las personas afectadas (o de sus familiares, amigos o conocidos, en muchos casos menores de edad) y sometiéndolas a una degradante y reiterada difamación pública, éticamente deplorable.

Frente a esta ofensiva tecnológica, mercantil y mediática, contra la intimidad y el derecho a la propia imagen, los instrumentos jurídicos existentes se han mostrado claramente insuficientes, aunque la Constitución Española reconoce el derecho a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen en el artículo 18 de la misma. Esto ha dado lugar a una actitud judicial de permisividad escandalosa, ante la continua y sistemática violación del derecho.

Es necesario, por tanto, abordar la nueva situación, con un importante reforzamiento normativo y político de la protección efectiva de este derecho, con una nueva legislación integral que sea sensible a las nuevas amenazas tecnológicas y al aparentemente irresistible impulso a la mercantilización. Para ello, sería conveniente unificar, en una sola norma integral, la legislación de protección, - tanto la civil, administrativa y penal -. Entre los aspectos fundamentales que debe contemplar la nueva legislación, está una nueva redefinición del concepto de intimidad, más amplia y de carácter integral, que contemple las nuevas formas de lesión y violación del derecho. Al mismo tiempo, debe producirse un endurecimiento del sistema de sanciones y la adecuación de la sanción económica al beneficio obtenido - o que se espera obtener -, como resultado perseguido por la violación del derecho a la intimidad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A todos nos gusta saber de la vida de los famosos, por mucho que intentemos ocultarlo, pero creo que a la vez la gente es consciente de que muchas cosas que aparecen en la prensa rosa y que sigue no son correctas moralmente, y esto debería prevalecer por encima de que yo me lo pueda pasar bien o no.

Anónimo dijo...

Pues a mi no me interesa para nada saber de la vida de los famosos, pero entiendo que en el caso de Telma tiene todo el derecho a proteger su vida, una cosa es que en un acto público se le hagan fotografías y otra muy distinta es que la acosen, en puro derecho ella no ha sido la que se ha casado con el príncipe, sino su hermana y por tanto no debería ser objeto del cotilleo mediático. Deberían usar las cámaras los periodistas para hacer una labor de investigación de corrupción o de denunciar las cosas que funcionan mal y aplaudir aquellas iniciativas que hacen que nuestra sociedad funcione mejor.
Quizás sea de las pocas personas que no ha visto Gran Hermano ni los programas tipo Tomate, que desgraciadamente es imposible desconocer su existencia.
No se el nombre de los famosos, de los tertulianos, paso de ellos.
Rosa Burgos